viernes, 15 de enero de 2010

Crónica ciudad: Villa encantada


"La Encantada" es un asentamiento humano dentro de Villa el Salvador. Este último lleva 27 años siendo oficialmente un distrito de Lima; el primero apenas cinco años luchando por servicios básicos (agua y luz). La convivencia los ha hecho odiarse como vaca y ternera peleandose por arena en vez de pasto. Sucede que, en esa arena, lo único que crece es la esperanza.



Lima es prueba fehaciente de que hoy en día no es necesario largas distancias para realidades distantes. Entre arena y pavimento. El paradero Mariátegui es el último de la ruta “C” en Villa el Salvador Unos pasos mas allá, cruzando el pavimento, enterrando los zapatos en la arena, encontramos "La Encantada" Me han dicho al bajar, que tiene ese nombre gracias a los que permitieron que ellos se quedaran. Ellos, encantados se quedaron.

Han pasado treinta y cinco años desde la primera estera en Villa el Salvador. Muchas cosas han cambiado. Las pistas, las casas, las noches sin luz y los días sin agua. Desde el 3 piso de una polleria cercana se puede retroceder en el tiempo. Ahí al frente está La encantada. 


Lunes, 11 de la mañana. Una joven al lado mio voltea. Sus ojos al vacio dibujan una fila india de pequeños cubiculos hechos de paja y el techo de plastico azul. Deja notar un gesto de repulsión en la cara. "Menos mal aquí hay baño" se dijo a si misma; esperó que no la haya escuchado. Me comentó que nunca habia entrado a uno de esos. Cundo creció, su familia ya tenía algo decente donde vivir. "No sé como pueden hacerlo ahí, con razón todo huele tan feo" y volteó a seguir comiendo.


 

En la entrada de La Encantada estan lo silos. Cubiertos de esteras y puertas de madera que siempre olvidan cerrar. Antes de llegar, en el límite entre invasión y ex-invasión, vive José. Pepo le dicen, y trabaja como mecánico. Grasiento, con las manos negras y una gorra azul de "Repsol". Siempre esta atento a lo que hacen sus vecinos. "Esa gente ensucia la imagen de mi distrito, y la mía también" comenta orgulloso de tener agua en el caño y luz en su foco. Los mismos gestos de la joven en la polleria aparecen en su rostro mientras voltea a su penosa realidad. Vive junto a un asentamiento humano, y a pesar de jalar la bomba del baño varias veces, el olor aún sigue estancado. 

En el 2003 un informe de la municipalidad declaró al sector –llamado Loma de Corvina- “ ...como zona de alto riesgo, sin un adecuado planeamiento urbanístico. Considerado intangible y que 279 familias sean retiradas pacíficamente”. El informe sólo causo nostalgia. Las 279 familias nunca fueron desalojadas. Cuando se le preguntó a un encargado de la municipalidad sobre el futuro de todas esas familias, él respondio: "mire a su alrededor".

Cuando vas a una tienda o en un negocio cercano a preguntar sobre La encantada, todos coinciden en lo mismo. "No importa la cercanía, ni el parentesco. Uno es invasor, y otro lo fue hace mucho tiempo" Como si el tiempo borrara las huellas de tu pasado. De ahí que el inútil esfuerzo por diferenciarse resulte absurdo.

Sin embargo, lo que más les molesta, es que gracias a ellos perdieron la construcción de un supermercado. "Invadieron el progreso" dicen algunos. "Queremos agua" responden los otros. A lo largo de estos años ha habido cerca de quince operativos para desalojarlos. Hoy en día las intervenciones de la policia llegan regularmente cada mes. Asustan un rato y luego se van. Los invasores prenden sus antorchas, luego las apagan. Como Caín y Abel en un jardín de arena: juegan a odiarse.

*
Martes, 5 de la tarde. Mas allá de los silos estan las casitas de triplay. "Antes eran de estera, ahora algunas hasta de madera ya son..." va recordando Martha. Ella vende golosinas y otros dulces de diez centimos. Mira la puerta de su casa como si se hubiera estancado en el pasado.

"Es dificil progresar por acá -dice- siempre abusan con los cobros de agua y luz". A ella y otras familias les ofrecieron esos servicios a un costo racionable. Unos 15 soles a la semana. "¡Mire pues! Quince soles y ni siquiera tengo televisor ni radio... triste." Y su rostro se agacha para recoger algunos dulces. "Nada se desperdicia aca joven. Nada"


Mas allá están jugando los niños entre la basura. Con una cometa “made in La Encantada”, hechas con retazos de bolsas negras y palitos de anticucho. Vuela inocente aquel pedazo de basura. Atrevidamente ingenioso, descaradamente marginal.

Miercoles, 7 de la noche. Decidí sacar mi cámara y tomar algunas fotos. Mientras guardo el estuche, unas tres miradas le meten zoom caletamente. "No pasa nada- advierte el niño- acá no roban, roban más allá. El barrio se respeta, pá-que-veas" Comenta tranquilo, esperando que haga lo mismo. Todo esta oscuro, menos el repentino flash de mi cámara. No queda más que irse corriendo. Y es que "el barrio se respeta". Pero ni yo, ni mi cámara, somos él

Rápidamente alzo mi mano a un mototaxi. Y mejor no; lo vuelvo a pensar. Una mototaxi es -en el peor de los casos- otro distinguido poblador de la zona: con libertad condicional. Camino apresurado hasta la pista. Alzo mi mano nuevamente y tomo una combi. Para bruscamente sobre la arena. "Ya fue…" escucho por la ventana mientras me alejo. "Ya fue..." me repito a mi mismo.





Jueves, 9 de la noche. Falta media hora para la reunión semanal de la junta directiva. He buscado al presidente de la zona, Clemente Machuca, por más de una semana. En su casa, la botella de Inca Cola sigue medio llena, a pesar de que su casa está media vacía. “Hace días –comenta uno de sus vecinos- no viene a dormir”. Busco entre los pliegues de su ventana y sólo llego a ver su comedor. No hay cama, no hay ropero, no hay nada que me indique que él vive ahí. No obstante, en el techo de su casa, una antena de Cable Mágico marca la diferencia. Esta claro entonces; no me he equivocado de casa. Machuca debe sentirse encantado de tener cable... y no usarlo.

Una sombra ha salido por la ventana del lado. El hermano de Machuca me ha dejado su numero celular y una promesa. "Te llamo para contactarte con Clemente. A veces para ocupado" Cerró la puerta. Y cuando apagó su vela, todo estaba oscuro. 


Son las once de la noche. Inclusive en la arena se pueden escuchar los pasos. Y saben... no importa si son botas, zapatillas o tacos. Todos -absolutamente todos- suenan igual.

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